La alegría silenciosa de Luis Barragán

“Alegría ¡Cómo olvidarla! Pienso que una obra alcanza la perfección cuando no excluye la emoción de la alegría, alegría silenciosa y serena para ser disfrutada en soledad.”

El contacto con la naturaleza forja el carácter de los hombres. Desde su niñez el arquitecto mexicano Luis Barragán encontró un compañero en el horizonte, con él compartió el silencio que, siendo expresión de la armonía natural, da a la vida serenidad y alegría.

Si llegó a estas conclusiones a través de una personal forma de ver y de sentir, es su faceta de artista la que adquiere el compromiso de transmitir estas cualidades a su obra arquitectónica.

Esta poesía de vivir y de sentir pretende habitar la naturaleza y con ello salvar la distancia que nos separa de ella. No estamos frente a la postura del Romanticismo de la Europa del siglo XIX que ve en la inmensidad un vacío inaprehensible o un abismo insondable que conduce a la mente a una reflexión acerca de su trascendencia.

Luis Barragán ha renunciado a la preeminencia de los instrumentos de la razón y ha adoptado la soledad y los sentimientos que de ella derivan como medios para alcanzar la liberación espiritual. Para expresar estos ideales recurrió a la experiencia que poseía de la naturaleza y a los modelos que le proporcionaba la historia.

Su búsqueda le llevó a la Alhambra de Granada y a la sensual y profunda relación que mantenían los nazaríes con la naturaleza. Para ellos, el jardín debe convertirse en la morada de los hombres. Concebido como un pequeño universo, síntesis de la totalidad, es el lugar donde el hombre convive con lo natural. Y con este diálogo íntimo el alma humana trasciende los límites de su corporeidad y alcanza la dimensión de la naturaleza: alcanza la libertad.

Pero es en México donde Luis Barragán encuentra su identidad expresando, de la misma forma que ha hecho la arquitectura popular de su país, la intensidad de la luz de su tierra.

“En proporción alarmante han desaparecido en las publicaciones dedicadas a la arquitectura las palabras belleza, inspiración, embrujo, magia, sorpresa, silencio, intimidad y asombro. Todas ellas han encontrado amorosa acogida en mi alma, y si estoy lejos de pretender haberles hecho plena justicia en mi obra, no por eso han dejado de ser mi faro. ”

La pobreza y la necesidad limitaron los medios y éstos tuvieron que ser honestos y sencillos; pero gracias a ello, las propuestas alcanzaron una profunda sinceridad: la desnudez de las superficies y la sobriedad de las formas se tradujo en la utilización de majestuosos muros plenos de colorido.

Son lienzos sobre los que la naturaleza pinta y celebra su existencia; se llenan del color del cielo y del horizonte y las luces y las sombras se agitan en sus superficies movidas por el viento y el sol. Son ventanas abiertas a otros lugares, cuadros que reflejan, en el juego de presencias y de ausencias, la insinuación y el misterio de lo que se reconstruye en la ensoñación.

Junto a la luz el otro gran protagonista es el agua. El ritmo de la vida es recogido en las fuentes, su sonido restituye el silencio del vientre materno, el sentimiento de pertenencia. El silencio no es vacío absoluto, no es lugar de muerte, es encuentro con la vida, es armonía, equilibrio y mesura: es música. La naturaleza le proporcionó la luz y convirtió, a través de la arquitectura, su presencia en música, música en el agua de fuentes y albercas, música en el color de los muros, música para expresar la alegría de vivir.

“Una fuente nos trae paz, alegría y apacible sensualidad y alcanza la perfección de su razón de ser cuando por el hechizo de su embrujo, nos transporta, por decirlo así, fuera de este mundo.”

Silencio. En mis jardines, en mis casas, siempre he procurado que prive el plácido murmullo del silencio, y en mis fuentes canta el silencio.

Soledad. Sólo en íntima comunión con la soledad puede el hombre hallarse a si mismo. Es buena compañera, y mi arquitectura no es para quien la tema y la rehuya.

Belleza. La invisible dificultad que siempre han tenido los filósofos para definir la belleza es muestra inequívoca de su inefable misterio. La belleza habla como un oráculo, y el hombre, desde siempre, le ha rendido culto, ya en el tatuaje, ya en la humilde herramienta, ya en los egregios templos y palacios, ya, en fin.

Serenidad. Es el gran y verdadero antídoto contra la angustia y el temor y hoy, más que nunca, la habitación del hombre debe propiciarla. En mis proyectos y en mis obras no otro ha sido mi constante afán, pero hay que cuidar que no la ahuyente una indiscriminada paleta de colores. Es al arquitecto a quien le toca anunciar en su obra el evangelio de la serenidad.

Luis Barragán, Discurso de ceremonia de los premios Pritzker 1980.

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